lunes, 26 de abril de 2010

A dos meses del mítico Show de Coldplay en Buenos Aires



Por Sebastián Ramos

De la Redacción de LA NACION

Chris Martin, paraguas japonés en mano, sueña con el sol de Osaka bajo una lluvia de mariposas technicolor; Chris Martin se zarandea en el banquillo mientras golpea las teclas del piano en la hipnótica y "loopeada" melodía de "Clocks"; Chris Martin se contorsiona, corre de aquí para allá, se arroja al suelo y abre los ojos bien grandes para que todos puedan verlos, incluso allá lejos, arriba en la tribuna, la última de las más de 60 mil personas que llegaron al concierto de COLDPLAY en el estadio de River, el viernes por la noche; Chris Martin canta "Billie Jean"; Chris Martin se saca y se pone su trajecito combinado; canta y corre; toca el piano y trata de hablar en español, y le dedica una canción a la tierra donde la gente canta "Olé, olé, olé, olé".

Chris Martin, de gira por el mundo desde hace casi dos años, se recibe de entretenedor y deja bien en claro que cumplirá con su profesión con oficio hasta el último de sus días; con una banda como COLDPLAY detrás, o sin ella. El hombre es de esos artistas que se ganaron con sudor su condición de "artista popular", aquí, allá y en todas partes.


"Esta gira es en agradecimiento a nuestro público, queremos devolverle al menos una parte de todo lo que nos ha dado en estos años", dijo Martin a mediados de 2008, al iniciar el Viva la Vida Tour, y de eso se trata todo esto. Las canciones que los fans quieren escuchar (todos sus hits, de "Yellow" a "Strawberry Swing", y "un tema nuevo", "Don Quixote", inspirado en el mismo público latinoamericano que tiene por estribillo el "olé-olé-olé-olé" tribunero y que aseguraron incluirán en su próximo álbum), los gestos que adoran recibir (Martin dirigió una ola de celulares para las masas, pidió perdón por su "mal español" y se acercó lo más que pudo a los distintos sectores del estadio, con tres escenarios alternativos distribuidos entre la multitud), las palabras que quieren oír ("desde Bono hasta Beyoncé, todos dicen que Buenos Aires tiene el mejor público del mundo; nosotros también lo creemos") e incluso el regalo que quieren recibir (al final del show se regalaron discos en vivo del grupo a manera de suvenir).

Pero la entrega más importante de esta banda pasa por estos días por cierto optimismo ciego y ánimo festivo que irradian desde sus canciones con destino de himnos hasta su cuidada, pulcra y, por momentos, obvia y empalagosa estética pop. Todos contentos, podría ser la frase de cabecera del significativo Viva la Vida Tour.

Sin sorpresas más que la ajustada sincronización con la que la banda maneja sus golpes de efecto durante las casi dos horas de concierto, COLDPLAY sigue al pie de la letra el manual del rock y el pop de estadios para el siglo XXI, apoyados en el carisma y la voz de un compositor, cantante y performer nacido para ser amado incondicionalmente como cualquier artista popular, de Luis Miguel a Sandro y de los hermanos Gallagher a Madonna.

Fuente:  http://bit.ly/aiWe5t



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